Podemos definir una apuesta como un juego de azar en el que dos o más partes depositan su dinero u otros bienes a cambio de recibir una suma mayor si su predicción es la acertada. Se sabe que los griegos y los romanos ya apostaban en las olimpiadas y en las luchas de gladiadores. Y muy probablemente todos hemos apostado en alguna ocasión, pues el debate, la contradicción o la duda generan muchas veces ese deseo por demostrar que somos los únicos que tenemos razón, y obtener al mismo tiempo una recompensa por ello.
Pero donde las apuestas toman forma tal y como las conocemos ahora y se normalizan es con los eventos deportivos. Y originalmente el ‘turf’ fue uno de los deportes donde antes se pusieron en práctica. En el Reino Unido se empezaron a hacer apuestas en las carreras de caballos en el siglo XIX. Originalmente se usaba el sistema ‘pool’ que es un sistema que se sigue usando por ejemplo a día de hoy en las porras de los bares en los que se pronostica el resultado de un partido de fútbol, y donde sea cual sea nuestro pronóstico, vale lo mismo apostar por uno u otro resultado. Y si tenemos en cuenta que todos los resultados no tienen las mismas probabilidades de salir, es evidente que no es una buena inversión apostar por un 0-4 por ejemplo cuando es mucho más probable que salga un 1-0 o un 1-1.
En estas primeras carreras se apostaba sólo entre dos caballos y se apostaba a uno u otro caballo siempre una cantidad fija y sin la posibilidad de repeticiones, es decir sólo había dos apostantes y el ganador se lo llevaba todo. Posteriormente el ‘pool’ se amplió a carreras con más de dos caballos.
Este sistema derivaría pronto en el ‘auction pool’ donde ya se estudiaban las probabilidades que tenía cada uno de los caballos y en consecuencia era mucho más caro apostar al favorito que hacerlo por uno de la cola. Pero al igual que el sistema pool original no estaban permitidas las repeticiones sobre una misma apuesta. Es decir que cada caballo tenía un único apostante, y el ganador era el que se llevaba todo el fondo.
En esta época ya empezaron a aparecer los mediadores, que eran los que recaudaban el dinero a cambio de llevarse una pequeña comisión sobre el fondo de premios. Y fueron estos los que aprovechando toda la incertidumbre acabarían por convertirse en los primeros corredores de apuestas. Ahora se ofrecían cotizaciones individuales para cada uno de los caballos reservándose para sí un margen de seguridad de donde extraían sus beneficios.
Nacen así lo que hoy conocemos como ‘apuestas cotizadas’ también llamadas de contrapartida. Ya no juegan unos contra otros sino que todos apuestan contra la casa, pudiendo así acaparar múltiples apuestas sobre un mismo caballo, cosa que no permitían los sistemas ‘pool’. Si bien este sistema tenía algunos beneficios requería de unos mínimos conocimientos de probabilidades y estadística para mantenerse.
En las apuestas cotizadas el trabajo del corredor consiste básicamente en ir adaptando las cotizaciones para que pase lo que pase al final de la carrera las apuestas perdedoras paguen a las ganadoras y al mismo tiempo quede un beneficio para la casa.
Esto hoy es relativamente sencillo, pero seguro que no lo era en el siglo XIX, pues no tenían los medios que tienen hoy en día los corredores de apuestas para ajustar sus cotizaciones sobre la marcha. Por ejemplo cuando un corredor de apuestas recibía grandes sumas sobre un solo caballo, podía comprometer su propio dinero sino reaccionaba a tiempo modificando las cuotas para cubrir su margen. También era necesario adaptar rápidamente las cotizaciones en caso de que un caballo se retirase antes de comenzar la carrera, pues las probabilidades se alteraban significativamente.
Con todos estos problemas un señor catalán y residente por aquel entonces en Paris inventaría el sistema ideal para evitar toda esta inseguridad que creaban las apuestas cotizadas para los corredores. Fue el señor Josep Oller i Roca quien diseñó un sistema donde se podía apostar cualquier cantidad de dinero sobre cualquier caballo sin ningún compromiso para el corredor, pues las apuestas ganadoras se pagaban del fondo total obtenido, descontando previamente sus comisiones. Y la cotización se sacaba solo una vez cerrada la admisión de las apuestas.
Este sistema se llamaba ‘pari mutuel’ y hoy en día lo conocemos como el sistema de las apuestas mutuas, que se sigue utilizando en los hipódromos españoles o por ejemplo el sistema que se emplea en juegos tan conocidos en España como la mutua o la lotería primitiva, donde el premio depende de la recaudación, y el margen de la casa está siempre garantizado.
Este sistema que empezó a utilizar el señor Josep Oller i Roca en Paris tuvo mucho éxito y fue adoptado posteriormente en mucho otros hipódromos, y hoy en día, salvo en el Reino Unido donde las carreras de caballos utilizan el sistema de apuestas cotizadas, es el sistema más popular.